miércoles, 24 de febrero de 2010

Esquizofrenia en la cultura.24 de febrero de 2010

En La Granja, en Las Condes, en Santiago Centro, se inauguran pronto nuevos espacios para la cultura. El Congreso Internacional de la Lengua española conmocionará a Valparaíso en los próximos días, y decenas de ciudades del país hacen el balance de sus ofertas culturales de verano. Paralelamente, 20 artistas o gestores le recomiendan al nuevo ministro del área variadas y chispeantes iniciativas, así como genero-sos montos a gastar.

Mientras tanto, el Estadio Nacional continúa en tierra de nadie (y con mucha tierra dentro); los chilenos retornan de vacaciones hablando un dialecto de tres por uno (tres palabrejas mal pronunciadas por cada garabato bien ostentoso); los asistentes a conciertos, exposiciones, festivales y eventos varios están entre los chilenos que se han divorciado por decenas de miles, y muchos de los artistas a los que han adulado este verano se declaran rupturistas, iconoclastas o políticamente comprometidos con luchas revolucionarias.

Esquizofrenia cultural.

Ésa ha sido la tónica de los últimos 20 años: superestructuras culturales expresadas en edificios, leyes, organismos, presupuestos, comisiones y procedimientos, mientras la calidad humana básica de los chilenos se iba a pique en todas las mediciones… hechas por esas mismas instancias públicas y por sus pares del mundo privado.

Maltratado el lenguaje, deteriorados los hábitos ciudadanos básicos, desprestigiada la belleza, combatida la verdad, ¿se pretende humanizar sólo con nuevos y sofisticados espacios o con notables congresos internacionales? ¿Se va a seguir considerando a la cultura como la simple sumatoria de actividades, en vez de estimarla como el núcleo de lo humano, expresado desde dentro hacia fuera por todas las dimensiones del alma y del cuerpo?

Es cierto que se abre en las próximas semanas una posibilidad real de superar esa esquizofrenia inhabilitante. Dependerá en buena medida de que se entienda y practique la relación entre cultura, culto y cultivo. Porque no habrá auténtico desarrollo de las personas —que eso parece ser lo que busca la cultura— si no se respetan los ritmos del cultivo, si no se favorece la apertura a lo eterno por el culto.

Para la Concertación, por cierto, esa relación era inaceptable: su autodenominado progresismo requería de velocidad y estridencia en los cambios (negación de los ciclos y del silencio que ofrece el cultivo) y de ruptura en los vínculos (eliminación de la trascendencia que proporciona el culto).

Por eso, dale con inaugurar recintos públicos, mientras se legislaba para demoler los reductos de la intimidad familiar; métale efímeros festivales y charangas, mientras se desprestigiaban las virtudes y los compromisos más fundamentales para la estabilidad social. Actividades, pero sin actitud; o, simplemente, contra la actitud propiamente humana.

El Presidente electo ha escogido dos buenos lugares para anunciar sus nombramientos: el Museo Histórico Nacional y el Palacio de Bellas Artes. Al vincular a sus colaboradores con los cenáculos de la cultura, ha adquirido, eso sí, un compromiso formal con la historia, la verdad, la belleza y el bien.

Y cuando proceda a comunicar los intendentes y gobernadores, podría dar una señal de cultura aún más sutil: para los primeros, la presentación podría hacerse en el hogar sencillo y bien constituido de uno de ellos, fundamento de sus afanes de servicio público; para los segundos, una plaza de pueblo pequeño, raíz de tantas sociabilidades bien orientadas, sería el ámbito ideal. Con esos símbolos se indicaría que se retoma el sentido de la vida, como el mayor imperativo de la cultura.


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